Tiempo para la familia.

Diciembre llega cada año con un murmullo distinto, como si el calendario respirara hondo antes de regalarnos sus luces, sus aromas y sus memorias. Las posadas tocan a la puerta con su mezcla de tradición y esperanza, recordándonos que este mes no solo celebra, sino que también invita a mirar hacia adentro. Sin embargo, en medio del bullicio y las compras, en ocasiones olvidamos detenernos a escuchar a quienes más amamos.

Durante mucho tiempo, la familia fue un refugio donde la palabra nacía sin esfuerzo: un gesto, una anécdota, una carcajada espontánea. Hoy, para muchos hogares, ese flujo se ha vuelto tímido. No porque los sentimientos hayan desaparecido, sino porque hemos perdido la costumbre de ponerlos en voz alta. La vida diaria, tan acelerada y demandante, nos empuja a vivir en automático, y en ese piloto automático dejamos de decir lo que importa.

La comunicación familiar se ha ido desgastando sin hacer ruido. Antes, una mesa servía de escenario para compartir planes y sueños. Ahora, muchas veces, se convierte en una estación de paso donde cada integrante aterriza unos minutos antes de volver a su propio mundo digital. El diálogo, ese hilo que mantiene unida a la familia, se adelgaza cuando no lo alimentamos.

Los aparatos inteligentes —tan útiles, tan omnipresentes— se han convertido en invitados permanentes. Entran a la sala, la cocina y la recámara sin pedir permiso, ocupando el espacio que antes correspondía al abrazo, a la mirada atenta, al simple “¿cómo te fue hoy?”. No son el enemigo, pero sin darnos cuenta les dejamos robar la escena principal.

Lo que antes era un buen café compartido, hoy suele convertirse en una escena peculiar: una taza en una mano y un celular en la otra, mientras el acompañante espera migajas de atención. No es mala intención; es hábito, es costumbre, es comodidad. Pero todo hábito puede revisarse cuando nos damos cuenta de que algo se está perdiendo.

Las posadas, con sus velas encendidas y sus cantos tradicionales, pueden ser un recordatorio luminoso. Son una invitación a volver a lo esencial: mirar a los ojos, escuchar con paciencia, compartir sin prisa. Diciembre tiene la capacidad de detener el tiempo un instante si se lo permitimos.

Tal vez este mes sea el momento perfecto para recuperar lo que hemos dejado escapar poco a poco. Para regalar palabras, para abrir conversaciones, para construir nuevamente ese puente que une a quienes comparten un hogar. La magia de la temporada no está en las luces exteriores, sino en las que encendemos dentro de la familia.

Que este diciembre nos encuentre reunidos no solo físicamente, sino también desde el corazón. Que las posadas sean la excusa perfecta para volver a hablarnos con honestidad y para recordar que el mejor regalo sigue siendo la presencia genuina. Que cada mesa, cada sobremesa y cada abrazo nos devuelvan la certeza de que la comunicación es el verdadero hogar. Y que al cerrar el año, podamos levantar la mirada —y no la pantalla— para reconocernos nuevamente.


Valentin Soto.